El Testigo
EL TESTIGO
Hoy encontré un interesante
artículo cuyo autor es P. Antonio Rivero L.C. “El valor de la verdad” y me permitió hacer esta pequeña reflexión que comparto, ya que me
llamó profundamente la atención que inicia con esta frase “La mentira es una tacha infame en
el hombre” (Eclesiástico 20,26), y finaliza enseñando lo que
considera los verdaderos frutos y cosechas de la verdad, como lo es la
libertad, la apertura, receptividad, coherencia, que aunque a veces es dulce y
otras amarga, se defiende y habla por sí misma.
Esto hace imposible no detenerse
un poco en lo que pasa ahora en el mundo, y cómo los seres humanos han perdido
uno de los mandamientos más importantes que nos regaló Dios, y con ello
atropellan la virtud más importante que podemos tener; la caridad, que entre
otras cosas “me lleva
a no divulgar lo que pueda dañar o herir al prójimo” sobre todo cuando se sabe que lo dicho no
corresponde a la verdad.
En las actuales épocas pareciera
que no es posible vivir sin la mentira, nos rodea una sociedad permeada por
ella en la que hace carrera la falacia de las “mentiras blancas”, también están
las “otras mentiras”, que cuenta con una identidad superior por el daño que se
consuma, es utilizada por aquellos para justificar graves crímenes en
nombre de la Paz, enfilando sus esfuerzos en la destrucción de vidas,
afectándose con ello la dignidad que es el bien más preciado de una persona,
así como su honra y buen nombre, derechos no menores pues además cuentan con un
estatus de protección internacional, y a pesar de esto son los más vulnerables
y expuestos.
Esto no es otra cosa que una
violación a los derechos humanos que también son fundamentales, perpetradas por
aquellos que realizan calificaciones mal intencionadas, en algunos casos bajo
el aparente ejercicio “legítimo de libertad de opinión o expresión”, y en otros
el verdadero encubrimiento de graves fechorías.
Esta realidad nos acerca quizá a uno de los mejores discursos escuchados en las Naciones Unidas (2 dic 1978) el
de San Juan Pablo II, a quien
reconozco como uno de los más importantes defensores de los derechos humanos de
los últimos tiempos, y aunque fue pronunciado hace más de cuatro décadas, sigue
estando vigente por esto que es lo que más impacto me generó.
Dijo que: “En el mundo, tal como lo
encontramos hoy, ¿qué criterios podemos adoptar para conseguir que los derechos
de las personas sean protegidos? ¿Qué fundamento podemos ofrecer como terreno
en que puedan desarrollarse los derechos individuales y sociales? Sin duda
alguna tal fundamento es la dignidad de la persona humana”.
También expresó que “Es precisamente en esta
dignidad de la persona donde los derechos humanos encuentran la fuente
inmediata. Y es el respeto a esta dignidad lo que mueve a protegerla en la
práctica. La persona humana, hombre y mujer, incluso cuando yerra, “no pierde
su dignidad de persona, y merece siempre la consideración que se deriva de este
hecho” (Pacem in terris, 158).
Este derecho a la dignidad a veces
no se reconoce en el otro por aquellos portadores de las “conciencias
adormecidas o anestesiadas” qué a través de la manipulación social,
materializan verdaderas actividades de criminalización que incluso han llegado
a permear la justicia con este mal que también se puede reconocer como la “fabricación de culpables”, una causa que por más de una década, ha sido
parte de mi labor para la promoción y defensa de los derechos humanos en
especial el respeto por las garantías judiciales.
¿Quién no ha sido señalado alguna
vez en su vida de algo injusto? Pocos serán los que puedan levantar su mano
para dar respuesta a esta pregunta, pero la realidad es que esto ha provocado
que inocentes queden privados de su libertad, con el agravante que para este
flagelo no exista un verdadero mecanismo proporcionado por el Estado para
proteger a las víctimas, que en muchos casos se dirige sin clemencia a quienes
defendemos los Derechos Humanos.
El valor de verdad hoy más que
nunca cobra una gran importancia, cuando frente al imperceptible pero no por
ello menos grave y peligroso para la democracia de un país, se lesiona,
alcanzando niveles de estigmatización en contra de los abogados, quienes
permanentemente son intimidados, hostigados, interfiriendo ilegítimamente en su
ejercicio profesional, con la misma estratagema de usar el “testigo”, como
elemento esencial para el propósito de criminalización en la labor desempeñada,
y dejando sin garantías el derecho de defensa, pues finalmente terminar siendo
confundidos con las causas de sus clientes; violándose también
los Principios Básicos sobre la Función de los Abogados(ONU,
sep. 1990)
Los juicios temerarios, la murmuración y
difamación, no pueden ser normalizados, la calumnia constituye una conducta de
la mayor gravedad, que no importa cuánto hagan para disfrazarla de verdad,
nadie puede escapar a lo que se ha prometido, “Yo os digo que hasta de cualquier
palabra ociosa que hablaren los hombres han de dar cuenta en el día del juicio.
Porque por tus palabras habrás de ser justificado, y por tus palabras,
condenado” (Mateo 12, 36-37), pero a pesar de todo nos dieron un gran
regalo, y es que siempre existe la oportunidad de inclinar “la
propia voluntad a hacer el bien y a evitar el mal”.
Defensora de Derechos Humanos